Un Yo sano se relaciona armónicamente consigo mismo y con los demás. Encuentra en el prójimo una fuente de importante gratificación, y aun cuando percibe riesgos, pese a ellos se siente seguro y confiado.
a. Dependencia
En determinadas circunstancias, cuando necesita de los otros, es capaz recurrir a ellos, reconociendo sus limitaciones propias y valorizando el apoyo que puedan brindarle. Valora el criterio y la opinión de los demás. Reconoce que necesita la atención y el afecto de quienes lo rodean. Tiene una sutil capacidad para darse cuenta y resentirse cuando es privado de los otros, cuando los pierde o cuando los demás no están con él. En resumen es un Yo que no niega la importancia del otro con relación a su propio enriquecimiento, a su capacidad de recibir y poder abandonarse en el otro, sintiéndose acogido, protegido y nutrido. Estos rasgos, que podríamos denominar como dependientes, armonizan con la capacidad simultánea de conservar la individualidad.
b. Independencia
El Yo tiene conciencia de que él es uno y que puede arreglárselas solo, gratificándose consigo mismo, confiando en sus propios criterios, en sus propias sensaciones, en su propia percepción de la realidad. Tiene simultáneamente la sensación de poder llevar a cabo planes y estrategias, en los cuales no necesariamente desea que los demás estén ligados a él.