III.3.2.c. Yo autista

El autismo es un trastorno psicopatológico de la dimensión cercanía-evitación del Yo que se caracteriza por una severa incapacidad de integrar el polo de acercamiento y compromiso afectivo, tendiendo el paciente a un grave aislamiento.  

En el autismo, la lejanía afectiva se da no sólo en relación con otros, sino también consigo mismo. El paciente vive el mundo como algo extraño y amenazante del cual es mejor retirarse, evitando al máximo la superficie de contacto. No se preocupa de los acontecimientos que afectan a la comunidad, a la especie, ni a sus seres más cercanos. Lo mismo le sucede con los objetos. No saca partido alguno de las situaciones habituales de la vida ni de los objetos y personas que lo rodean. Cuando se acerca físicamente, lo sentimos frío, distante, sin entusiasmo ni calidez.  

Las mismas características de su lejanía con el mundo tiene su distancia de sí mismo, expresada en el abandono de su cuidado personal, aseo, vestimenta, alimentación, pérdida de la gracia, y aun en la despreocupación con que vive su enfermedad. Sumergido a veces en un mundo delirado y alucinatorio, parece comprometido afectivamente, pero más que estar cerca de sí mismo, lo está del mundo irreal de su productividad patológica. 

J. Lange discrimina el autismo en “autismo introvertido” y “autismo extrovertido”. En el primero predomina el retraimiento afectivo y psicomotriz en forma manifiesta, con gran inseguridad y timidez. En el segundo hay una actividad e interacción aparente, superficial; los sujetos son dados al jugueteo, a las bromas, a la vida en grupo y a las juergas. El contacto de estos pacientes a veces engaña, dando la impresión de que se establece una relación personificada con ellos; sin embargo, todo es transitorio, fugaz y carece de un referente estable en su afectividad. Esto se denomina “pseudocontacto”, en oposición al contacto personal cálido y comprometido. 

Minkowski distingue también dos formas de autismo: un “autismo rico” y el “autismo pobre”. Hace esta denotación en relación con la productividad psicótica del paciente autista: éste es más rico mientras mayor productividad psicótica vive. En el autismo rico hay un mundo imaginario abundante, que determina el carácter de los síntomas. En el autismo pobre, el paciente no se desvía de la realidad tan intensamente como en el anterior, y muchas veces lleva a una vida activa, en una línea relativamente ininterrumpida, pero empobrecida por una simplicidad interior, por falta de creatividad y capacidad improvisadora que no tiene proporcionalidad con las posibilidades y aptitudes previas, que llevarían a prever mayores logros vitales. 

Roa llama la atención sobre la sutileza necesaria para captar el autismo en pacientes sin productividad evidente, y que a un primer atisbo pasa frecuentemente inadvertido. Frente a estos pacientes, señala algunos índices que ayudan: “En el no poder ser de otra manera aunque quisiese, en ese dar la impresión de incapaz de tomarle verdadero peso a lo que ocurre, en el no tener paciencia para soportar una situación ingrata mientras encuentra una mejor, abandonando a tontas y a locas el trabajo, por ejemplo, consiste a nuestro juicio el autismo”. Agrega: “Carecen (estos pacientes) de un mínimo de astucia frente a lo llamado el mundo, no aprendiendo manejos ladinos, no aprovechando con éxito las posibilidades que les restan o en última instancia, manteniéndose como un niño desguarnecido a la intemperie, sin aprovechar la vida como lo haría un psicópata, ni gozar honestamente como lo haría un sano; a ratos parecen asombrados de lo que les ocurre”. 

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